Investigando en el British Museum -Evelyn-

La muerte del genetista inglés que ese año había ganado un Premio Nobel me había llamado la atención. Era como todas las demás muertes: Cuerpos demacrados, violencia, y pérdida de mucha sangre...
Suspiré ante el recuerdo de mi casa de Sheridan, el recuerdo de mi marido y mi hijo... Cerré los ojos y pasé mi mazo izquierda sobre la derecha, acariciando mi alianza.

Una azafata que pasaba se quedó mirándome y preguntó si estaba bien. Simplemente asentí, pero ella, aún preocupada me dio un vaso de plástico con agua. Sonreí un poco y se lo agradecí.
El avión sobrevolaba ya la isla y quedaban 10 minutos para aterrizar en Londres. Otro viaje más. No me disgustaba viajar, me encantaba, pero me sentía sola en ellos.
A la orden del piloto y la tripulación todos los pasajeros nos pusimos el cinturón de seguridad y el avión descendió suavemente hasta acabar rodando por una de las pistas del aeropuerto londinense.

En cuestión de 20 minutos ya tenía mi equipaje y me dirigía al tren que me llevaría a la ciudad. Estaba cansada del largo viaje, habían sido muchas horas, pero debía trabajar. Ya descansaría por la noche.
Mi aspecto no era el mejor, pero nada que un poco de maquillaje no pudiese arreglar.
Durante el trayecto en el tren aproveché el tiempo en volver a verificar la información sobre el caso del genetista. Sobre la mesa plegable descansaba una carpeta negra abierta y llena de recortes, páginas con la noticia, fotocopias sacadas de internet...
Me eché para atrás en el asiento y encendí mi PDA. No había nada nuevo, algún Whatsapp de un par de amigos preguntando por mi viaje, pero nada relevante.

La llegada al hotel fue muy aburrida. El taxista no paraba de hablar, pero yo no le dirigí ni una palabra. Estaba centrada en el caso de las extrañas muertes y no prestaba atención.
Al llegar pagué el trayecto y entré a prisa al hotel. Un baño rápido, y un aseado general para estar lista. Un poco de maquillaje y dispuesta a salir a buscar pistas.

El último sitio donde se le vio fue el British Museum. Estaba aquí cerca, podía ir andando que tardaría 15 minutos. Y así fue. Llegué al impresionante museo abarrotado de turistas y pasé dentro.
Una chica estaba por allí y vi su placa de "personal de museo", así que me dirigí hacia ella.

Disculpe...

Como era de esperar otros departamentos de seguridad habían ido a investigar al museo. Todos estábamos centrados en este caso ya que era a nivel mundial. No había excepciones. Había pasado en un pequeño pueblo de Indonesia, estaba pasando en U.S.A, había pasado en Londres y en otros tantos sitios más.
Zoólogos, veterinarios y biólogos trabajaban codo con codo con criminólogos, detectives, policía y otros estamentos a nivel mundial para intentar descubrir al tipo de animal que era. Comparaban huellas dentales, cómo estaban los cuerpos, la rapidez con la que se producían los crímenes, todos iguales...

Los chamanes de grupos indígenas y los más... ¿extraños? Sí, esa podía ser la palabra... Ellos tenían sus propias teorías de monstruos, vampiros y otros seres extraños. Pero nosotros estábamos para investigar la verdad, no novelas de ficción.

Fuimos por un pasillo con una bóveda de vidrio hasta llegar a una puerta.
El cuarto en el que entramos era un auténtico caos. Todo por ahí, sin orden, libros, mapas, lupas, más libros... Todo desordenado. Pero se disculpó por ello y dijo que era por su trabajo.

Tranquila, no pasa nada. Vengo a hacerle algunas preguntas, no a evaluar su lugar de trabajo.

Me senté como me ofreció y asentí a la taza de té, agradeciendoselo.

Aceptó conducirme por donde el señor Dickinson había pasado y yo la seguí de buena gana porque estaba colaborando bastante bien en la investigación.
Salimos y mientras ella me explicaba por donde había entrado el genetista, siendo una persona con pase concedido más allá de los simples turistas. El ser amigo del director hacía que tuviera esos privilegios.
Anoté en la libreta que no había entrado por la puerta principal, sino por otra para la entrada de piezas de arte.

Al final acabó dándome una tarjetita de contacto para poder llamar al director del museo. No se encontraba disponible y mi urgencia por hablar con él había llevado a la chica a ayudarme dándome esa pequeña tarjeta.
Pero en un momento el teléfono de la señorita Craig sonó y comenzó a hablar animada con alguien, que por lo que pude escuchar tenía nombre japonés. Luego dijo que era un amigo suyo, después de explicarle que le llamaría despues porque estaba ocupada en una investigación.
Dejé que terminara, con paciencia y luego le dediqué una leve sonrisa cortés antes de preguntarle de nuevo.

¿Podría hablar con el guardia que estuvo con él? Y si alguien más lo vio...

Comenté dando a entender que me hiciera saber si alguien más había tenido contacto con el señor Dickinson durante su visita al museo.

Perdone, espero no importunar pero, ¿me podría dar la dirección del señor Dickinson? Tal vez tenga vecinos, amigos, o haya estado en algún lugar público desde donde se le pueda seguir el rastro.

En ese momento pensé en las cámaras del metro. Debía comprobarlas el día en que murió el genetista. Debía ir también a su casa, buscar pruebas. Por donde había andado, saber si había habido algún avistamiento de algún animal o ser extraño por los alrededores tanto de su casa como del museo. Necesitaba saber y por ahora alguien estaba dispuesta a colaborar.

El British Museum era enorme. Sus salas, conectadas a otras salas mediante arcos en las paredes, hacían de las galerías casi auténticos laberintos.
Pero esa mujer se conocía bien el edificio y me condujo a la sala de Egiptología.
Sarcófagos de todos los tamaños, tanto de piedra como de otros materiales; jeroglíficos, jarroncitos de diversos tamaños y figuritas alargadas de Osiris e Isis, y también de gatos. Me quedé mirándolas y recordé algunas de las cosas que había leído sobre el Antiguo Egipto. Me interesaba la historia y las culturas antiguas. Las figuritas de los dioses estaban bien talladas y me sorprendía gratamente que hubieran aguantado intactas tantos años, pese a las seguras restauraciones pertinentes.

Pasé la vista por diferentes adornos. A los egipcios les gustaba estar arreglados. Incluso fueron los que "inventaron" la depilación para estar guapos de cara al público. Una interesante cultura.
Al lado de los adornos, había algo parecido a plaquitas antiquísimas, más adornos desparejados y cosas así colocadas en una vitrina de cristal con estantes, también de cristal.
A mis espaldas estaba la famosa momia de pequeño tamaño, en posición fetal, y totalmente ¿cómo decirlo? Parecía que estuviera quemada, aunque no lo estaba, sólo habían pasado siglos y siglos por ella. Colocada sobre un sarcófago de pequeño tamaño, y una vitrina enorme.
Sabía que éso y la Piedra Rosetta eran el centro de turistas del museo.

Pero no podía distraerme. Me disculpé por mi falta de atención y la seguí con la mirada. Ella estaba situada al lado de los sarcófagos, que estaban en frente de la vitrina con la momia, dejando una especie de pasillo amplio. A la derecha del sarcófago estaban los manuscritos. Ahí era donde ella estaba. Con suerte, desde donde se encontraba se podían ver perfectamente las galerías contiguas.

Ella estaba muy cooperante y me sirvió mucho lo que dijo, además también me indicó dónde estaba el señor Dickinson y yo rápidamente apunté éso en mi cuaderno.
Después fuimos a la garita del guardia con el que se encontró el genetista. Unas palabras con él, y coincidía con la versión de la señorita Craig: Dickinson estaba algo alterado y estaba a horas que no eran normales.

También accedió a llevarme donde vivía el hombre. Asentí y se lo agradecí porque su colaboración, pese a que no me dejaba pistas claras de quien o qué había cometido esa atrocidad, me estaba ayudando bastante. Ella tenía que ir a por unos marcos, así que después de que diera unas instrucciones salimos del museo a la Great Russell Square St. Simplemente esperé que me llevara a la casa del señor Dickinson.

Ella había ido a hablar con los guardias asuntos de trabajo. Algo sobre unas piezas, y después salimos del museo.
Acomodé mi chaqueta, los guantes y la bufanda que llevaba para no pasar frío. No me gustaban nada estos países tan fríos y lluviosos, como era el caso de Inglaterra, pero el trabajo lo requería. Guardé mi libreta y el bolígrafo en mi bolso para que no se perdieran todas mis notas.

Ya en el exterior me dio dos opciones para llegar a la casa del sr. Dickinson: caminar o taxi. Elegí la segunda porque era más rápido y así no pasaríamos frío, aunque no me hubiera importado andar. Me gustaba caminar, pero no por lugares como Londres, y cuanto más rápido llegásemos más tiempo para recoger pistas y verificar información con otros agentes, porque según ella, el lugar podía estar cercado por otros miembros de la policía.

Asentí a lo que dijo respecto a que el caso de la muerte del genetista era muy secretivo. ¡Claro que lo era! Era una persona famosa que había sido galardonado con un premio Nobel por un descubrimiento en el campo de la genética. No podían andar publicando información sobre su muerte. Lo que la gente sabía era que había muerto como los demás: Desangrado.
Los forenses habían determinado que la causa de la muerte había sido la falta de sangre en el cuerpo. Les pareció increíble que hubiera perdido tanta sangre, y la policía científica estaba extrañada porque en la escena del crimen no se había encontrado ningún charco de sangre que hubiera dado lugar al desangramiento.
Todo lo relacionado con las extrañas muertes era demasiado raro e irreal.

Detuve un taxi y abrí la puerta, esperando que pasase ella primero.

Dio la dirección al conductor mientras yo ya estaba dentro y me acomodaba en el asiento, poniendome el cinturón de seguridad. El taxi arrancó, a la vez que se puso en marcha el taxímetro.
Durante el trayecto Evelyn preguntó si era normal el despliegue policial que había alrededor del caso de la muerte del genetista. Simplemente pude contestar haciendo un gesto de "más o menos" moviendo mi cabeza a los lados mientras hacía una leve mueca. No sabía explicárselo bien, y tampoco podía dar demasiadas pistas a una ciudadana de a pie. Bastante desvelaba ya la prensa sobre las investigaciones.

Mmm... -Dudé un poco la forma de decírselo.- Digamos que... Como es obvio, cuando muere alguien famoso la prensa le da más importancia que cuando muere otra persona no reconocida, por eso parece más... ¿grande? Sí.. Más grande el despliegue de las fuerzas del orden. Pero no es así, exactamente. En otros países estamos todos también, no sólo aquí. Pero el caso del sr. Dickinson tiene factores que no se han dado en los otros casos. Circunstancias diferentes...

Miré por la ventanilla el paso de los edificios a toda velocidad.
Los otros casos no se habían dado en una ciudad, y mucho menos en una capital de país. En el centro, para más inri. Habían sido muertes en pequeños pueblos, zonas alejadas, semi-desiertas... Como en el pueblo donde vivía.

La importancia de este caso no radicaba en que era una persona conocida la víctima, no. La importancia estaba en que había ocurrido en el centro de Londres, nada más y nada menos. Éso era un paso muy crítico. Lo que quiera que estuviera cometiendo esas atrocidades ya se había aventurado a entrar en grandes ciudades abarrotadas de gente. Eso complicaba todo a niveles increíbles. Nadie estaba a salvo ya. ¿Quién decía que no podían cometerse crímenes en Washington D.C., en Tokyo, en Dubai, en Madrid o en Estambul, por ejemplo? ¿Quién podía salvarse ahora que el depredador estaba dispuesto a entrar en las ciudades?
El paso de los pueblos medio vacíos a las ciudades concurridas había llamado la atención más que cualquiera de los otros casos, por eso el despliegue había sido mayor. En Londres se encontraban ahora miembros de todas las fuerzas del orden, tanto nacionales como internacionales. Todos querían saber qué iba a pasar ahora... Pero nadie teníamos la respuesta a este caso que se complicaba más y más por momentos.

El taxi fue reduciendo la marcha hasta que se detuvo y nos dijo que no nos podía llevar más adelante, ya que la policía había cortado la calle y había formado un cerco a la redonda en unos cientos de metros. Asentí y pagué la carrera.

Vayamos andando, no queda nada, supongo.

Abrí la puerta y salí. Acomodé mi chaqueta y esperé a que bajase ella. Mientras, miraba a los agentes que estaban custodiando la linea amarilla que impedía que los ciudadanos cruzasen. Me acerqué a uno y después de enseñarle mi placa de identificación me volví hacia Evelyn y le hice un gesto porque ya nos estaba permitida la entrada.

Guíame. Además, creo que los agentes también querrán hablar contigo, con el guardia y con el director del museo.