Renata Volturi (Casting)

El silencio del pasillo era relajante. En general, los momentos de calma eran pocos para ella, pero eran bien valorados. Ser el guardaespaldas personal de su señor era un honor y un privilegio, sin embargo no era una labor sencilla. Claro, no era nada imposible para alguien como ella. En lo absoluto.

Sin embargo, en esos momentos su señor se encontraba hablando con sus hermanos, y eran asuntos privados, en los cuáles ella no tenía inferencia alguna. No corría peligro en esos momentos, por lo que su presencia no era necesaria. Sin embartgo, permaneció cercana; pues la costumbre estaba tan arraigada en ella, que no se sentía tranquila si no estaba cerca de su señor Aro. Su mirada viajaba a los pasillos de forma intermitente, veloz y rápida. No se le escapaba detalle alguno a sus ojos color borgoña. Los muros de la construcción, decorados con alfombras finas, y con detalles de la época renacentista y barroca, habían perdido hace siglos su atención, para ella era como si siempre hubieran estado ahí.

Podía oir el ruido de pasos tenúes, su oído le decía que probablemente eran de los humanos que trabajaban con ellos, en búsqueda de la inmortalidad. Ingenuos, la mayoría eran un aperitivo cuando Heidi tardaba en traer la "pesca". En fin, desgastaba sus pensamientos en sus aperitivos. No merecían demasiada atención. Eso era lo desagradable de tener tiempo libre, los pensamientos acudían a tonterías como sus sirvientes humanos. Lo único valioso de ellos, era su sangre cálida.

Debía ocupar en que entretenerse, pues la gargante le ardió de forma repentina por la sed, pero no era momento de saciarse, aunque no era una mala idea una cacería para un aperitivo nocturno.

Para entretenerse, pensó en salir a cazar o ir a practicar con las armas. No las necesitaba para ser letal, pero eran uno de sus entretenimientos favoritos. Su paso era lento, no había prisas, y elegante.

Fue cuando percibió que no estaba sola.

-Buenas noches, Jane- sonrió tenuemente, sin voltear a la dirección de ella aún. Aunque su tono era educado, era de alguna forma hostil. Sus pies giraron sobre sus talones de forma exquisita y suave, dando cara a la vampiresa

Sonrió de forma desdeñosa. Neófitos, nunca serían diferentes. Criaturas sin sentido común, ignorantes, que sólo seguían sus instintos....pero, se supondría que habría que deshacerse de él. Nada complicado sería deshacerse de uno, pero intuía que no había sólo uno. Su creador, de inmediato estaría en las manos de la justicia de los Volturi. Nadie, que hubiera ido en contra de las reglas, podía quedarse sin su justo merecido.

La ignorancia, no justificaba que pusieran en riesgo el secreto de la existencia de los vampiros. Nada lo justificaba. Al contrario, ignorantes eran más peligrosos, por que podían caer en el anarquismo en base a esa justificación.

La idea no la atraía en lo absoluto, torció la boca. Sin embargo, si su señor Aro iba a Malasia, sin pensarlo ella se encontraría en ese viaje, aunque dudaba que fuera a atender asuntos insignificantes como neófitos sin control alguno. Quizás,mandaría a la niña, a su gemelo, al bruto y al sádico. No la tenía con cuidado, para ella, eran compañeros en la guardia, seres insignificantes, por mucho de que los gemelos fueran los más letales.

No se metería con ellos, sabia reconocer que eran enemigos poderosos, pero era el único respeto que le merecían. Regresó suavemente sobre sus pasos, podría discutir con la niña, mandándole más lejos, pero esa noche no le apetecía caer delante de ella con su sadismo. Pese que a su don le hacía capaz de proteger a cualquiera de un ataque físico, no podía proteger su mente. Y en la mente, era donde la niña ejercía el mayor dolor.

-En cuanto el maestro Aro se desocupe, le haré saber la notificación- le dijo con gélida cortesía, sin siquiera verla. De nuevo se quedó de pie delante de la puerta, pues su maestro prefería saber las noticias lo antes posible.