Boquita pintada -Charlotte B. Wills

Las 7:59 de la noche para ser exacta, la noche ya había caído, ya había inundado el cielo con su color obscuro, tornándose de un azul fuerte de un lado hasta llegar a un negro intenso del otro. La obscuridad mi mejor amiga. La sed había saciado por la mañana, por ahí de las 12 am, una suculenta humana había saciado por hoy mi necesidad de sed.

Las calles de Francia, tan repletas siempre de parejas tomadas de la mano, en cada farol por lo menos dos personas entrelazaban sus dedos y juntaban sus rostros para darse un beso “Patético” para mi parecer, si la llamaban la ciudad del amor pero tampoco era tan literal.

Mi día había sido algo turístico, por una vez más había recorrido el Museo de Louvre, sus pasillos los tenía grabados en mi cabeza y la Gioconda como siempre con un centenar de humanos alrededor de ella admirando su belleza, todos como unos locos tomando fotos y yo simplemente analizando las escultura. Las miradas se tornaban a mi cuando pasaba, las esculturas parecían ser menores a mi cuando caminaba junto a ellas, eso era, era eso por lo que era tan engreída tan superficial.

Después una caminata por los Campos Elisios, si esa calle llena de moda, tan larga como mi eternidad. Torno un poco mi vista cuando llegue a la calle del “sexo” si esa calle donde todas las tiendas son sexuales, que si ropa intima, juguetes sexuales, en fin todo ahí era sexo.

Caminaba por aquella calle, esperaba llegar al Moulin Rouge, mi lugar favorito de aquella ciudad del amor. Si unas zapatillas color coral cubrían mis pies, con el tacón más alto que encontraba para aumentar mi estatura, un vestido coral con toques dorados cubrían mi piel fría y blanca, una bolsa de esas que vez en el vidriero de una tienda y es inevitable comprarla, una diadema que quitaba todo aquel cabello que quisiera invadir mi rostro. Unos ojos delineados con unas pestañas largar como palmeras, unos labios rojos carmín que hacían juego con mi color de ojos, solo eso necesitaba esa noche. Un cigarro de esos largos y delgados, esos eran los que me gustaban, saque uno del bolso, pero no tenía encendedor. Unos jóvenes sentados en una banca platicando traían cigarros. –Disculpa, me podrías dar fuego por favor- mi voz sonaba como de canción, el chico me dio su tabaco, encendí el mío y se lo regrese -Gracias- dije mientras caminada para llegar a mi destino. Coloque el tabaco entre mis labios, la sensación había desaparecido pero ya era costumbre, solo rutina. Estaba justo afuera del lugar me senté en una banca roja con blanco. Mientras yo solo me dedicaba a tararear una canción que había tenido bajando en mi cabeza todo el día –Tu boca pintada siempre fue mi perdición, junto a ti pensaba caminando bajo el sol- El humo del cigarro salía de mi boca después de cada palabra que pronunciaba. Si mi nueva canción tornaba con una buena letra.