Stay the ride alive {Helene}

Las piezas estaban en su lugar, todo sería más fácil de lo que parecía, el pelinegro se sonrió a sí mismo con ese cinismo tan característico de él. El hombre al frente de Alexander parecía aterrado, la mirada iba de un lado a otro de la habitación con nerviosismo, mientras rogaba a Dios que aquel hombre se marchase, repitiéndose que había sido muy mal llamarlo por su extensa racha de victorias. Como es natural en los casinos, se cambia de croupier luego de que una persona gana más de ocho manos consecutivas, en el caso del vampiro había sido así ¿Trampas? O quizás tan sólo una suerte del demonio. Desde luego que no, la suerte era para los débiles y él, en la mayoría de los casos, se hacía con la victoria gracias a su magnificencia. Sea como fuera, aquel hombre ya le estaba aburriendo así que se puso de pie y simplemente abandonó la cabina; la plática había sido entretenida, escuchar su corazón desbocado suponía una gran satisfacción.. pero aquel hombre era rubio. Y a Alexander no le gustaban los hombres rubios, por lo que ni siquiera sería atractivo verle gritar suplicando por su efímera vida.

¿Alexander se creería el más fuerte? No, él era consciente de sus cosas y sabía que, aún cuando era definitivamente el hombre más guapo sobre la fas de la tierra -eso no se ponía en duda nunca-, habían otros más fuertes. Los Volturi un claro ejemplo pero prefería no pensar en esos temas demasiado o podría atraerlos con el pensamiento, cosa que solía sucederle con las demás cosas. Cuando pensaba en algo, fuera de modo categórico y estratégico o cuando tenía un mal presentimiento, solía volverse realidad la mayoría de las veces. En ese sentido, Alexander solía cuidar sus pensamientos y ser objetivo en todos y cada uno de sus movimientos, solía ser frío y observador para poder pensar en buenas soluciones cuando lo requería. Ahora mismo se daba cuenta de la molestia que había producido en la chica y toda su cosa aquella de mostrarle el dedo y decirle lo muy mal que se estaban llevando simplemente estaba dando chispa al fuego. Si querían matar la culebra por la cabeza tenían que ignorarlo.

-Algunas cosas- dijo airado, como si esas algunas cosas fueran muchas de importancia-. Fueron una de las primeras culturas en hacer competencias con bebidas, le llamaban Fondo Blanco porque lo último que veían eran nubes. Y solían tener monedas propias por estado, no sé cómo vayan las cosas ahora mismo pero seguramente cambiaron.
Dicho aquellas cosas como parte de datos curiosos, en realidad nunca había ido a Grecia, solamente había estado con la loca esa depresiva que había comprado a Fred. Ella le había enseñado más mitología de la que él ya sabía pero la chica tenía obsesión más bien por los piratas.

En ruinas, las palabras resonaron en su mente como si la fémina hubiera dicho algo que él no podía cree. Durante segundos, su vista pareció perderse en el cosmos de Athenas y los caballeros del zodiaco, lo cierto era que jamás se había detenido a leer las noticias pero nunca pensó llegar a escuchar aquello. Una de las civilizaciones más antigua, que en realidad debería haberse convertido en potencia, resultaba estar en ruinas. Aquello le había tomado realmente por sorpresa pero no dejaba de sonreír divertido, miró una vez más a Helene, cuyo nombre recordaría.
-Al principio de los tiempos había un fuerte matriarcado, como si el machismo no hubiese existido nunca pero se dio una evolución cultural y el hombre comenzó a desplazar a la mujer- agregó, tras fascinarse una vez más con los orígenes del nombre de Helene, se llevó una mano a la barbilla y se acarició el mentón en actitud meditabunda-. Las normas de la sociedad decían que no se podía exhibir ropas muy caras a calle abierta a menos que se profesara la prostitución. Los hombres casados podían tener relaciones con ellas pero era penado tenerlas con mujeres solteras y libres.
Aquello no dejaba de parecerle contradictorio pero interesante a la vez. Que las hetairai tuvieran bienes y una vida social activa era algo que sucedía pocas veces pero cuando pasaba llegaban a ser totalmente independientes. Al contrario de las solteras, las esposas y las concubinas, que ni siquiera disponían de sí mismas; sus vidas giraban al rededor de los hombres. Entonces Alexander frunció el ceño, advirtiendo un olor que se hacía conocido y vio acercarse una mujer de cabellos negros ébanos que portaba en sus brazos un bolso de cuero marrón. Aquella era la chica policía que les había estado siguiendo el rastro, seguramente el motivo por el cual se canceló la operación. Y supo de inmediato que tenía que eliminarla aunque no estaba sola y ambos eran más que conscientes de lo que el otro sabía; el cruce de mirada entre ellos no fue más que tétrico, como si fueran enemigos de toda la vida.
-Agente Schneider, cada vez que la veo con ese vestido me recuerda a la bella Starling- comentó en son de burla mientras hablaba en Alemán, haciendo alusión a Clarice Starling, la del silencio de los corderos-. Le presento a mi compañera Helene.
Alice, la mujer menuda pero de mirada desafiante no hizo más que sonreír ante el comentario como si tomara aquello como un alago y escrutó a la castaña con la mirada, sonrió con autosuficiencia.
-¿De modo que ahora te implicas con chicas menores que tú? Eso es caer bajo Dupont- comentó con total normalidad -nuevamente en Alemán- como si la chica de allí no estuviera presente. Entonces tendió su mano a la joven en un saludo formal y esta vez habló en inglés con un ligero acento alemán-. Agente Alice Schneider

-Helene- repitió la mujer, intentando reproducir la fonética-. Un nombre bastante particular, tan particular como todo lo que rodea a éste.... caballero.
Alexander no hizo más que sonreír a todas y cada una de sus indirectas, en realidad ella no tenía ninguna prueba en su contra mera sospecha por coincidencias totalmente fuera de lo normales. Hacía meses atrás un hombre en Munich había conocido al supuesto a amor de su vida y semanas más tarde se había aparecido esta mujer en la ciudad. La agente Alice había puesto a una de sus mujeres como infiltradas para seguir el rastro de un criminal que habían logrado cachar con las manos en la masa gracias a sus huellas dactilares. Ya que era una pandilla creyeron conveniente esperar a tenerlos a todos, los meses habían pasado casi sin disturbios, al menos para Alexander que se había mantenido al margen pues necesitaba guardar apariencias. La cuestión era que él estaba curiosamente en cada evento a donde asistía el hombre al tenían vigilado. Con respecto a la pequeña banda de mafiosos, entre ellos solamente uno sabía quién era el líder, el hombre de confianza de Alexander, su porta voz; conocían al líder únicamente como Agony Remins.
-Que descortés de su parte referirse a mi con tanto desdén, agente, cuando menos yo intento ser educado- comentó, intentando hacerla enojar pero su respuesta le heló las facciones y la burla en su rostro desapareció.
-La educación y la cortesía es relativa, Dupont. Podrás ser un exitoso empresario, donar cantidades de dinero a industrias benefactoras y vivir en una madriguera en algún lado de Berlin con una esposa y tres hijos; pero tu educación no vale de nada para mi- miró a Helene ahora un poco más blanda no solamente en sus facciones sino en su voz-. Lamento que hayas presenciado esto pero si yo fuera tú no dudaría en salir de éste lugar antes de que, el caballero, decida meterte una puñalada en la espalda.
Alexander volvió a sonreír, como si el fuera capaz de hacer tales cosas en público. Un camarero pasó justo delante de ellos, la Agente Schneider tomó una copa de champagne y Alexander tomó otra mientras no dejaban de sonreírse mutuamente pero mirándose con furia. Era como ver un espejo de Alexander solamente que ella era todo lo contrario; él siendo malo, ella siendo buena, él siendo alto, ella siendo baja. Pero al final, tenían personalidades socarronas bastante parecidas, Alexander la deseaba en su cama, era bastante atractiva, pero aquello no iba a ser posible; no cuando estaba seguro de que podría matarla, seducirla no era el problema, el problema sería el escándalo por su muerte o desaparición.

Un hombre alto se acercó a la policía y susurró en su oreja algo acerca de haber recorrido el perímetro, todo estaba en orden y hasta ahora no se había encontrado nada fuera de lo normal. La señorita Schneider le miró con sospecha nuevamente y a continuación pareció olvidarse por completo de la presencia de Helene y se retiró calladamente. Alexander se sonrió victorioso, nuevamente la mujer se había movilizado por ninguna razón en absoluto; bufó si se dirigió con sus agentes al estacionamiento, montarían vigilancia según pudo escuchar el pelinegro. Y si conocía a Alice como creía conocerla entonces no habría duda: estarían revisando las cintas de vídeo de las cámaras de seguridad al tiempo que vigilaban las imágenes en tiempo real. Sabiendo esto, era muy posible que su presa para aquella noche claramente no estaría jugando al dominó o las maquinitas. Dupont torció los ojos como si acabase de ser reprochado por alguien, en adelante tendría que tener cuidado en lo que hiciera, podría estar siendo vigilado por cualquier infiltrado de la policía y en el peor de los casos sería seguido. Y no es que ellos fueran el problema... sino exponer su naturaleza; Alexander podía ser prepotente con todos aquellos a los que consideraba inferiores pero sabía cuidarse el pellejo de vez en cuando, se cuidaba de no hacer el tonto con respecto a sus identidades.
-Un humano sin importancia, Helene querida- dijo, al notar la repentina curiosidad en sus facciones, mirándola sin quitar su sonrisita burlona -¿Qué te parece si vamos a jugar? o a tomar unas copas, yo invito.
De repente, incluso parecía simpático.

Sonrió divertido ante la repentina actitud de la fémina. Excelente decisión, Alexander, excelente decisión, dijo para sí, orgulloso de haber elegido aquel casino en particular pues gracias a sus sabio consejo habían terminado allí y, por ende, él había tenido la oportunidad de conocer a tan encantadora señorita. Encantadora, si con eso se refería a alguien que le miraba con cierto desprecio cada 2 de 5 comentarios, al fin y al cabo él no era un jodido bombón. En definitiva, ella era hermosa y le divertía, le maravillaba; no había forma de explicarlo pero le maravillaba. A Alexander le pareció conveniente salir de allí, comenzaba a sentirse encerrado de un momento a otro, así que sugirió salir de la sala juegos e ir a otra instancia del casino. Tras aproximarse al piano-bar del ala derecha del casino tomaron asiento en una pequeña mesa redonda con cuatro sillas. Alexander se desabrochó su chaqueta y la dobló sobre el respaldar del asiento, al tiempo que se levantaba un poco las mangas de su blusa de finas telas.
-Me acosté con ella el verano pasado- respondió sonriendo de medio lado como si hubiera dicho algo sumamente gracioso-. No, realmente no. Sencillamente me tiene como sospechoso número uno aunque en realidad no tiene ninguna evidencia, solo le doy mala espina...- Alexander acarició ligeramente el borde de circular de la mesa, como si fuera la superficie de una copa mientras la sonrisita se acrecentaba-. Entenderás bien porqué.
En ese instante, un empleado se acercó a ellos, con intención de perdirles la orden y el pelinegro pidió un vodka en las rocas.

El pelinegro se llevó las manos al cuello y se aflojó la corbata, como si ello le ayudara de alguna forma a sentirme menos atrapado. El piano-bar se encontraba bastante más solitario que la sala de juegos así que se limitó a mirar a la chica, ahora notando sus ojos con algo más que interés pero batió un poco la cabeza, negando. No, era imposible que hubieran otros vampiros como él, debía estar usando lentillas azules. Y de ese modo, sanjó el asunto pero eso no le detuvo de asomarse a sus ojos, como si fueran la ventana a un mundo paralelo. Entonces sonrió como si aquello le causara gracias y se cubrió el rostro con la diestra, "limpiándose" la risa, pues al retirar la mano había retomado su expresión seria.
-Tú de verdad necesitas sangre humana-responde burlón, haciendo referencia a su repentina falta de capacidad para llegar a una conclusión lo suficientemente lógica y bastante común para un vampiro-. Realmente, eres un show, Helene querida.
Desde luego un vampiro carnívoro que se dejaba ver públicamente en los lugares donde conseguía a sus presas, y con aquella actitud prepotente, tenía que levantar alguna clase de sospecha. Desde luego, eso no era un problema, porque con seguridad la humana insignificante iba a dejar aquellos casos a falta de prueba y se cerrarían en los próximos 10 años; para ese entonces, él ya se habría ido de Alemania. Y una vez fuera, no iba a poder volver hasta allá -al menos no durante el próximo siglo-. Quién sabe, quizás hasta fuera a parar en Australia.

-Tomaré eso como una invitación- respondió, hablando con descaro, haciendo alusión a una invitación para ver el show gratuitamente y estando en primera fila.
Alexander sabía que era el centro de atención porque desde luego la fémina, a pesar de ser hermosa, no podía si quiera compararse con su magnánima presencia. Es más, cualquier persona allí se hubiera maravillado de igual forma con tal solo ver un ligero vestigio de lo que sería el vampiro en su edad humana, que siempre fue carnada para cualquier mujer. Ella -en cambio- seguía siendo inferior a pesar de causar cierta curiosidad en Alexander; tan dulce y ácida a la vez, tan asertiva como el mar que estampa en las rocas y tan delicada como un caudal resonando en medio del bosque, se aseguró; después de todo la situación era demasiado placentera para él. No le miró más, pues no deseaba darle más importancia de la que tenía, porque en realidad ella no tenía ninguna clase de importancia para él más que la curiosidad y el encanto que le producía, y mientras daba el primer trago a su bebida no pudo evitar imaginarse una escena perversa. Tras dar el primer trago no dudó en reír en respuesta al camarero, que insinuaba tal ridiculez, porque definitivamente era estúpido pensar que semejante ser fuera capaz de conseguir -o querer- una pareja estable. Claro que, desde su propio de punto de vista, era él quien se alejaba de las mujeres porque cuando se lo proponía verdaderamente podía llegar a ser todo un gigoló. De resto, ninguna mujer que se preciara de no tener paciencia, sería in capaz de soportar su gran ego.
-¿Qué te trae por aquí, Helene? - no recordaba muy bien si ya había preguntado aquello pero ahora le interesaba, lo suficiente para recordar la respuesta.

-Cuestiones de trabajo, querida- respondió con naturalidad, aunque aquello de estar allí con la fémina haciendo absolutamente nada dejaba bien claro lo contrario.
Entonces, cuando estuvo a punto de reanudar la conversación, recibió una llamada de un socio importante. Hizo una señal con la mano, excusándose mientras hablaba, duró unos dos minutos antes de que tomara sus colar. Balbuceó unas cuantas trivialidades acerca de un problema con las estadísticas y finalmente colgó la llamada. Miró a Helene con repentina indiferencia pues había comenzado a aburrirse de tanta tranquilidad. Sonrió nuevamente con su típico descaro y sacó una tarjeta de presentación de su empresa para dársela la chica. En realidad, administraba varias empresas pequeñas pero trabajaba en su oficina, guiando una cadena hotelera en diferentes lugares. Y dentro de poco, inaugurarían uno nuevo en Lóndres.
-Adiós preciosa, tengo compromisos y me he aburrido de ti- dijo con toda sinceridad y descaro que había sido capaz de usar antes de desaparecer del local.

#Partida culminada.