Eternal Rose {Frederick Dupont}

Me había alejado de todos mis seres amados, la pregunta crucial era ¿Por qué? Lo cierto era que había conocido a un gran hombre de nombre Henkka que había sido en sus tiempos un monje, gran seguidor de Buddha; tras la catástrofes en Rumania decidí que no podía quedarme de brazos cruzados mientras veía como los Vulturis hacían de las suyas con tal de tomar el poder. De alguna forma mi relación con él se había vuelto cada vez más estrecha y él, siendo un vampiro de muchas habilidades, se había ofrecido a entrenarme tras contarle mi frustración. En un principio habíamos decidido que el entrenamiento se haría en las afueras de Londres donde pudiera estar cerca de mis seres queridos pero las cosas se habían complicado para él; se habían convertido en una situación de permanecer allí y morir con honor o huir con la viva esperanza de poder seguir adelante. Tenía poco tiempo para tomar la decisión más conveniente pero al final escogí ir con él, huimos por los Alpes Suizos, donde el inodoro frío de las montañas nevadas nos acogió; lo más duro de todo fue encontrar alimentos para nosotros.

Las cosas no parecían ir del todo bien en el mundo exterior, nosotros podíamos sobrevivir con comodidad en nuestra pequeña gran cueva, aunque estando lejos de todos y de todas. Tenía muchas ansias por saber como se encontraban mis seres más queridos pero no podía -ahora menos que antes- echarme atrás. Por suerte, o para mi desgracia, contaba con el útil don de mi maestro por el cual me enteré de algo que realmente marcó mi soledad: la muerte de mi padre, Kevin, por intoxicación con una sustancia con la que estaba experimentando. Fue como si de repente todo el mundo a mi al rededor hubiera dejado de existir porque él ya no estaba allí conmigo, como si no hubieran lágrimas suficientes que pudieran drenar el dolor que yo sentía. Pero el tiempo pasó y la ayuda de mi maestro fue, en esencia, lo que más me ayudó a la hora de superar todos los conflictos. Parte de mi entrenamiento era emocional pues esto era, en principio, lo que me mantenía cada vez más cerca, o lejos, de conseguir mis objetivos independientemente de cuales fueran.

El entrenamiento había concluido, despedirme de mi maestro fue bastante difícil, temía no poder volver a encontrarlo pero de algo estaba segura: esta vez no le fallaría de ningún modo a las personas que más amaba. Estaba lista para volver al trote, no tendría miedo de hacerme valer ante cualquier que intentase pasar por encima de mi y de ninguna manera me dejaría vencer por las adversidades. Esta vez nada me echaría abajo, los meses que había pasado lejos de mis seres queridos no serían en vano; no dejaría pasar por alto todo el esfuerzo que me había tomado . Y era por eso que, en cuanto me deshice de mi maestro, decidí que era el momento preciso para tomar una decisión que definiría por completo el cierre de mi entrenamiento. Iría a Grecia para visitar la tumba de mi padre, de ése modo me pondría a prueba a mi misma.


El viento soplaba con un dulce aroma a inflorescencia, como las margaritas que adornaban el jardín Dalaras; el sol había desplegado sus cálidos rayos, los pájaros cantaban y las personas sonreían. Era la Grecia que recordaba, la que hacía que cada fibra de su menudo cuerpo se excitase ante la idea de volver pero no tenía la determinación suficiente para quedarse; extrañaba demasiado a las personas que le habían acogido en Londres, a Shana, Steven, Helene e incluso Britney aunque en un comienzo hubieran tenido sus diferencias ahora eran como hermanas. Con respecto a Drake, cuando creyó que las cosas comenzaban a ir por su curso de nuevo, volvió a pasar, se había quedado sola nuevamente. Aunque había algo que no salía de su cabeza, quizás porque encontraba imposible la posibilidad era cuanto más la deseaba pero debía enfocarse porque ella era mujer de un solo hombre aunque ahora solamente tuviera ojos para aquella fría lápida. Kirsten se inclinó sobre ésta y dejó un gran racimo de rosas, mientras el grabado de la misma le astillaba el cuerpo como miles de navajas tajando cada pedazo de su ser. El dolor era tan inevitable pero ella había decidido no sufrir por lo que, en cuanto terminó de "hablar" a su padre y ponerle al tanto de todo lo que había ocurrido, decidió irse del cementerio. Y así aquella figura femenina envuelta en una capa azul marina desapareció de la tierra santa, dejando a su paso el aroma del mar y la menta envuelta en la esencia de la muerte.

Pequeños datos, más datos llegaban a su cabeza. Información sobre sí mismo, sobre otros, cosas con significado e insignificantes. Recordando todo el daño que hizo y lo poco bueno que hizo. Lo miserable qué era. La bestia salvaje que dormía dentro de sí mismo. Recordando su gran autocontrol. Las ganas que tenía de ser un asesino en serie, sólo porque la idea le parecía divertida. Recordando lo que le gustaba bien, lo qué no. Más y más de su amistad con Alexander. De su relación extraña y bonita con Caely. De Anya, tantas cosas de Anya. Y por último de Thea.

Ella de repente movió pasiones en Fred. Lo hizo recordar tantas cosas. Cosas que él no sabía que había hecho. Sí sabía de su tráfico de mujeres. Pero, no sabía que a ella, era una de las mujeres que más había torturado en su vida. Y ahora, que recobraba la memoria y se sentía diferente. Lo que le hizo le parecía encantadoramente retorcido y movía las más oscuras pasiones en él. Y a la vez, se sentía mal. Hace tiempo no se sentía mal o pena hacia alguien. Pero, el rostro de ella lo tenía grabado en la cabeza, como la peor migraña del mundo.

Por eso debía encontrarla. Deseaba encontrarla. Y fue fácil encontrarla. Fred tenía muchos contactos. Además, una vez pasas por las manos de Frederick, es como si tú trasero tuviera un GPS instalado. Por eso al vampiro no se le hizo difícil encontrarla, en Grecia.

El vampiro viajó a pie, usando su velocidad vampírica. Llegar al país besado por el mar, no fue difícil. Y una vez, ahí, comenzó a rastrear a la vampira. Usando su aroma y la información que le habían dado.

Era temprano en la mañana. Las cinco am o por ahí cerca. Estaba cubierto con una capa negra, moviéndose por todas partes como una sombra que al parecer el ojo humano no podía captar. Se movía rápido, fijando sus ojos cubiertos por los lentes de contacto en cada superficie. Olfateando el área, como si estuviera cazando una presa. Siguió de esa forma hasta que el olor de ella inundó sus fosales nasales. Haciendo que el vampiro abriera los ojos más de lo normal y comenzará a correr, hasta encontrarse detrás de ella y tomándola por un brazo, jalándole por éste y haciéndole girar su cuerpo. Quedando cara a cara.

- Thea, Thea, Thea. Oh, querida Althea. Hace mucho no veía tú rostro. Si sigues siendo tan hermosa como la gema más preciada. Y yo sigo siendo tan caprichoso como el rey más rico. - comentó de forma lenta y sonriendo ladinamente.

La castaña estaba alejándose ya a paso lento de aquella lápida en la que habían enterrado el cadáver de un hombre que solía ser su padre pues para ella ya no había nada en ése cuerpo. Su padre estaba ahora en algún lugar del cielo, el valhalla o lo que fuera que existiese después de la muerte. La energía vital y el alma que nutría aquel cuerpo estaba ahora en quién sabe dónde, Kirsten soltó un suspiro lastímero antes de notar la presencia de un desconocido; el sonido de sus pasos y su olor se le hacían extrañamente conocidos. Cuando fue tomada del brazo en un brusco movimiento no opuso resistencia, estaba asustada pero no le sobresaltó su agarre sino la voz que se escuchó después. La dama de azul miró a los ojos de su cazador, sabía que tenía una historia oculta y secreta con él pero no lograba recordar de qué se trataba. Él la conocía, ella lo sabía a perfección, había sabido que palabras usar para intimidarla exactamente pero ella no estaba dispuesta a dejarle ver su miedo por lo que sin apartar la vista de sus ojos se echó hacia atrás deshaciéndose de su agarre.
-No sé quién eres pero lo que sea que quieres, de mi no vas a obtenerlo- bramó con una firmeza que muchos no creerían que tuviera de haberla conocido meses atrás.
Comenzaba a ponerse nerviosa pensando que las cosas no podían ponerse peor, no bastaba con perder a su padre ahora conocía a una especie de tarado con complejo de Edipo que tenía cara de querer matarla. Ahora comenzaba a preguntarse si aquello era cosa del karma o qué diablos pero estaba segura de que ser así, en su vida anterior había sido una persona muy mala. Los ojos azules de Kirsten se clavaron impregnados en un frío despectivo, ahora con mayor intensidad, como si nada de lo que él pudiera hacer o decir le afectase. Kirsten no se atrevió a desviar su mirada por si decidía dar un ataque frontal pero sí que había aguzado sus sentidos en caso de emboscada o algo por el estilo, haciendo un mapa mental del perímetro que habría de recorrer si tenía que echarse a correr.

¿Qué hacía ahí? ¿Qué quería de ella? Eso no lo sabía y no lo tenía claro. Sólo necesitaba verla y hablarle. Aunque, el primer contacto no había sido nada sutil. Agarrarla de esa forma y decir esas palabras, que salieron desde lo más oscuro de sí. No entendía muy bien porqué su comportamiento así con ella. Sólo tenía memorias, muchas memorias y la mayoría de ellas borrosas. Frunció el ceño, algo furioso. Confundido aún más cuando ella le dijo que no le conocía. Se removió, dando unos pasos hacia atrás y acariciando su barbilla, intentando conectar los puntos. Suavizó sus facciones y le miró de reojo, calculando cosas en su cabeza. Quizás éste viaje no debió hacerlo sin Alexander. Él tendría la explicación a todas las cosas y no estaría tan confundido en esos momentos.- ¿No te acuerdas de mi? ¿Perdiste la memoria como yo? - inquirió curioso, controlando su tono de voz y parándose derecho. Él ya no era como antes. Seguía en la misma sucia profesión, pero desde perder la memoria algunas cosas dentro de él habían cambiado. - Soy Frederick Dupont y mí cabeza está llena de recuerdos contigo. - asintió levemente con la cabeza, estirando una mano de forma sutil, esperando que ella se la estrechará. Dejando ver que ya no era una amenaza o bueno, por ahora no.

-No, no me acuerdo de ti y no necesito decirte mi situación. Basta con que sepas que no te recuerdo y probablemente tenga una muy buena razón para no hacerlo.
Kirsten pensó que quizás estaba diciendo la verdad pero se inclinó a creer que mentía completamente, que se estaba aprovechando de ella y su pérdida de memoria para acercarse y hacerle quién sabe qué. Algo dentro de ella clamaba por echarse a correr y no mirar atrás nunca más, pues si había un instinto en los vampiros aún más fuerte que el de la caza era el de la supervivencia. Las castaña retrocedió dos pasos más y apreció con desconfianza la mano de aquel hombre jodidamente guapo con el aspecto de un loco de atar. Finalmente estiró la propia con algo de duda, temiendo que en algún momento la atacara, para estrechar la mano de aquel tipo. ¿Qué más daba? Después de todo quién no arriesga no gana.
-Kirsten. Althea es cosa del pasado, un pasado que no quiero pisar y probablemente quiero que tú tampoco lo pises.
Tras soltar la manos del momento llevó la propia rápidamente a su cabellera, deslizando sus dedos con suavidad entre la melena castaña, comenzando a tejer una trenza inconscientemente, cosa que hacía siempre que podía para soltar un poco sus malos humores.