El amor en tiempos de esclavitud {Robert Noback}

En el silencio de la noche una silueta negra aguardaba, la tenue luz de un faro en la esquina no llegaba a iluminarlo, tan solo llegaba a cubrir la parte delantera del McLaren en el cual se había recargado. El moreno se mantuvo sereno con los ojos ligeramente cerrados dejando que el viento gélido de la noche se llevara consigo el humo de su cigarrillo. ¿Cuánto hacía que no había venido a Rusia? Recordaba cuando hacía treinta años había llegado a conocer a Ainoa Vegas en un festival de baile, la primera mujer en su vida como vampiro que quiso algo serio con él. Para entonces, Alexander se había divertido con el sexo más salvaje de todos, aquella mujer le había partido la cadera pero él desde luego no era capaz de amarla. De hecho, Alexander no era capaz de amar a nadie que no fuera él mismo y Mae, pero lo más gracioso de todo había sido que esta mujer se había cansado de él a los tres días. Sí, definitivamente eran lindos recuerdos. El vampiro sintió su viejo y destartalado nokia vibrar, lo que significaba que sus clientes habituales habían llegado ya al punto de acuerdo; sin embargo tomó el móvil y cancelo la llamada tras confirmar el remitente para ponerse en marcha. Alexander, siempre un paso por delante, tomaba todas las previsiones posibles y eran pocas las veces que algo se le escapaba de las manos. El vampiro había escuchado ya unos pasos ligeros detenerse a pocos metros de donde encontraría a las estrie desesperadas para llevarlas al lugar donde estaba la mercancía, aunque no era capaz de reconocer su aroma pues el agua de la nieve había diluido ya su olor. Conocía a varios vampiros que le querían ver muerto así que no dudo en ir a encarar a su enemigo invisible.
—¿Te seguirás escondiendo como un marica? mira que no tengo toda la noche — Alexander tiró su colilla al suelo y la aplastó con el pie. Se metió las manos en los bolsillos con aire despreocupado y miró en torno a él preparado para que algún sicario saltase sobre él.

—No, gracias, Noback. A diferencia de ti, que eres rubio, no soy marica —replicó a lo primero viendo que había pasado el peligro de algún ataque sorpresa.
Volvió a sacar la cajetilla de cigarros marca Romeo y Julieta para sacar uno nuevo con los dientes antes de guardar la caja. Dio una primera calada con lo que el cigarrillo se prendió por sí solo sin necesidad de un mechero, un truco que había aprendido recientemente de un amigo suyo. En realidad era un misterio para muchos pero él había prometido no revelarlo con tal de perpetuar por los siglos el secreto de JD. Alexander miró a Robert a los ojos, este último parecía sorprendido por encontrarse en Rusia con el pelinegro; sin embargo el moreno no pareció mostrar ningún otro estado anímico más allá de la impaciencia que estaba causando que aquellas tres no le hubieran dado la mitad del pago por adelantado hasta ahora. A sus espaldas, una de las Estries intentó darse a la fuga al reconocer a Robert, cuando sus movimientos se detuvieron en seco contra su voluntad.
—Negocios —respondió con su típica frialdad pero luego se volvió sobre su hombro para dirigirse a la Estrie—. No me has pagado mi dinero, putilla, tú no te vas hasta que tenga mis 30.000$.
El frío glacial de su mirada violácea volvió a fijarse en el rubio con el que alguna vez se había ido juerga. Alexander solía desechar los nombre de aquellos que no habían significado nada para él pero definitivamente robar una moto desde una tarima dentro del Bellagio había sido bastante divertido. Alexander, que en el mejor de los casos se encontraba serio e indiferente, en aquella ocasión se había merendado a una preciosa pelirroja y desde luego le había encendido los motores. Las pelirrojas tenían la impresionante habilidad de ponerle la nitro al moreno y en aquella ocasión se había divertido de lo lindo conduciendo la moto fuera del alcance de los guardias de seguridad hasta perderse en algún callejón. Alexander se volvió sin mediar palabra y se adelantó hacia sus clientas, haciéndole una ceña a Robert con la cabeza para que le siguiera.... el bulto revoltoso de una de las Estrie tenía bastante pinta a ser suyo por el olor que despedía la misma madre. Le importaba una mierda lo que hiciera Robert con aquella mujer embarazada, que a juzgar por el modo en que quiso correr lejos de él no sería nada bueno, siempre que ella le diera su dinero.
—Dejaré que te la meriendes si es lo que quieres después de que me pague, no vine aquí por nada —habló en un tono confidencial para que solamente él escuchara.
Alexander puso a las chicas en marcha en una dirección contraria en la que había aparcado su precioso McLaren, después de todo no quería comprometer nada personal en esto.

off. mmm Robert, Alexander no ha cambiado demasiado siempre ha sido hielito inexpresivo y serio excepto cuando decide hacer de las suyas. Más bien ahora sonríe con más frecuencia que antes xDD