Reincorporación obligada -Libre-

De nuevo recuperada y sin poder esperar más fui a darme un paseo al trote por el parque que estaba a varias calles de mi piso. ¡Lo necesitaba! Me consideraba una mujer muy activa y deportista que no podía estar quieta un rato. Necesitaba moverme y el deporte era de mis cosas favoritas. Todos los días tenía por costumbre salir a correr unos kilómetros y luego hacer estiramientos. Y cuando podía, el día que tenía libre, practicaba boxeo con el saco que tenía en el patio de mi casa, y si no, iba a dar una vuelta en bicicleta o a nadar. Cualquier cosa con tal de no quedarme en casa sin hacer nada perdiendo el tiempo.
Pero hacía ya tres meses había tenido un accidente durante una actividad multiaventura. En uno de mis viajes a Brasil a ver a mis padres había aprovechado, también, para hacer una excursión al bosque. Haríamos tirolina, rapel y escalada. ¡Perfecto! Sí... Hasta que durante la escalada hubo un leve desprendimiento de una roca por culpa de un novato que iba delante de mí y acabé con uno de mis brazos rotos, contusiones leves en la cara y contractura muscular en la espalda. ¡Menudo idiota! Pero me lo pasé bien. Los accidentes podían ocurrir y ésta vez me había tocado a mi. No era la primera vez que me partía un hueso. Y, como no: reposo absoluto durante un par de meses para que el hueso soldara bien.
Regresé al D.C. y estuve en mi casa, en compañía de Mate, todo el día. Mi madre vino conmigo y se empeñó en ayudarme en todo y era algo que no me gustaba. Se lo agradecía, pero no me gustaba. Ya tenía 27 años y podía cuidar de mi misma. Sólo me había roto un brazo, pero al menos, agradecí su compañía, aunque sabía que estaba mejor en Brasil con mi padre, pues ella no sabía hablar inglés y le costaba adaptarse.

En fin, por lo menos ahora estaba curada y podía ir a correr al parque un rato, moverme, hacer ejercicio antes de ir a trabajar... Lo de siempre. Al menos el aire fresco de la mañana me animaba el día y despertaba mis energías. Después, una duchita y un buen café, y al trabajo.

Después de una carrera bastante larga me detuve un instante para rellenar la botella del agua de una fuente y miré mi brazo. Estaba perfecto, como si nada hubiese pasado. Sonreí un momento y bebí otro trago de agua. Era hora de ir caminando normalmente un tramo más.
Hoy me incorporaba de nuevo al trabajo y me habían llamado hacía dos días para comentarme algunos de los casos de los que me tendría que encargar, sobretodo, de tráfico de sustancias.