Hay asesinatos en la ciudad del amor {Libre}

-Suena ridículo, sí, pero pensándolo bien es un excelente anzuelo. ¿No te parece? Solamente tienes que ver cómo me miran cuando voy por la calle y algunas incluso se acercan por sí mismas. Otras necesitan ligero empujón, pero el resultado es el mismo- sonríe casi con placer-. Una playa un tanto nublada, unas buenas luces, cámaras y este cuerpo exquisito son una gran combinación. De eso se trata ¿no te parece? La lucha por la supervivencia del más apto. Y en efecto, será la cena, ¿o no has escuchado?
Alexander no solía prestar nunca su ayuda a alguien sin recibir o exigir nada a cambio, del mismo modo no accedía a ninguna clase de trabajo sin que esto le trajera algún beneficio. Posar ante una cámara le alimentaba su ego, le hacía sentir sensual-como en realidad lo era- y deseado para muchas, cosa que no se alejaba mucho de la realidad. Sin embargo no era aquello lo que beneficiaba, tan solo un componente más que agregar a los pequeños placeres de los cuales disfrutaba y entre otros, el dinero. Aquello desde luego no era lo único con lo que Alexander se estaba beneficiando, dinero no le faltaba en ningún momento, a él lo que más le importaba era ser conocido por jóvenes mujeres al rededor de todo el globo terráqueo. De modo que, en un encuentro casual como lo había sido éste, pudiera encontrar comida gratis sin necesidad de ir a probar suerte en bares o lugares donde se le podría ver con sus víctimas por última vez. Además, sus favoritas eran jóvenes vírgenes y de esas no se encontraban comúnmente en los bares, adonde se iba generalmente a ligar. ¡Ah! ¡Hímenes frescos, qué escasos eran a día de hoy! Y mientras seguían su camino nuevamente una sonrisa maliciosa surgió sobre sus labios. El moreno se limitó, sin embargo, a asentir levemente aunque no dijo nada al respecto y siguió el mismo tema de conversación sin responder a ninguna de sus preguntas.
-Y ustedes, los humanos, ¿encuentran divertido el cazar animales? ¿El maltratarlos?- él había sido uno aunque no lograse recordarlo del todo, disfrutaba cazando faisanes con sus amigos, del mismo modo otros les criticaban por sus prácticas-. Es igual, solamente cambia la presa.

-Di lo que quieras, chica policía- respondió con naturalidad puesto que sus sarcasmos le importaban poco, él sabía bien cómo funcionaba su táctica y respiró profundo, hinchado de orgullo, por su naturaleza netamente vampírica-. Comprendo que no seas capaz de entenderlo- comentó con ínfulas de superioridad mientras se llevaba un cigarrillo encendido a los labios y comenzaba a fumar. Una vez más habló, sosteniendo la colilla con los labios suavemente-. Es una metáfora muy avanzada para la escoria humana.
Alexander había tenido de todo durante su infancia, todo lo que pedía se lo daban sin chistar pero en algún punto las cosas comenzaron a cambiar y era por esa misma razón que a día de hoy se comportaba como lo hacía. Las cosas volviéronse entonces contra él que, cada vez más caprichoso, comenzaron a apretarle más las tuercas con severos castigos y en su afán para agradar a su padre terminó convirtiéndose en el hijo perfecto con respecto al aprendizaje y práctica de las disciplinas. El pelinegro, sin embargo, había elegido olvidar por completo el pasado, concentrándose únicamente en los recuerdos que realmente fueran de su completo agrado.
-Lo que pase con los animales me tiene sin cuidado- respondió a secas para luego proseguir hablando claramente y sin rodeos-. Hay vampiros que comen y maltratan humanos; como hay humanos que comen y maltratan animales. Del mismo modo hay humanos que torturan, humanos que matan, humanos cuerdos, humanos locos, humanos pedófilos, humanos buenos, humanos malos y tantos hay como los hay vampiros.
Y cabía destacar que él era un vampiro pedófilo.
Sonrió divertido con la pregunta de la fémina lo que le demostró que claramente no le había estado escuchando o quizás tenía un ligero problema de comprensión auditiva pues había sido demasiado claro cuando dijo que siempre cubrían sus huellas. Aunque no le agradó demasiado que hablara de la realeza, los Rumanos incompetentes comenzaban a ponerle verde pero no tenía hombres suficientes para derrotarlos y la escoria Vulturi tampoco era de su agrado, les repudiaba absolutamente, nada haría que cambiase de opinión.
-Los neófitos son criaturas desagradables y sin escrúpulos, no tienen respeto por su propia naturaleza ni las responsabilidades que conlleva. Se necesita de un vampiro experimentado para contener a un neófito, y de uno más fuerte aún para contener a una horda-hablaba ahora la voz de la experiencia, con propiedad y seriedad, ya que era un tema con el que no le gustaba bromear en absoluto-. Quien quiera que les esté liderando debe tener más de un centenio y unos cuantos aliados un tanto más poderosos. Con respecto a la realeza, digamos fue una dictadura en los últimos....-se detuvo pensativo, no muy seguro de la historia evolutiva de su especie-. ¿2011 años? No importa, no es de mi interés. El poder le ha quedado grande a los rumanos y son incapaces de detenerles; si fuera decisión mía hubiera matado a todos los que se movieran en masa y a cualquiera que osara poner en riesgo nuestra naturaleza.


Faisanes, aquella palabra no le traía ningún recuerdo en especial pero la historia de un vampiro era demasiado larga para resumirla en una sola palabra.
--Flashback parte 1--
Era un cálido verano, el joven De Pointe tendría unos 16 o 17 años cuando su padre decidió llevar sus negocios a un nivel más alto, comerciando con Asia sobre algunas especias. Aquella tarde el primogénito volvía a caballo con algunos de sus amigos, traían varios faisanes atados de cabeza a largas varas de madera que sostenían sobre sus hombros en cada una de las puntas. Llegando ya al gran jardín de entrada atisbó a su bella hermana platicando fluidamente con un hombre de origen asiático, ambos sentados sobre los mueble encuerados del corredor principal. Bajó del caballo sin apartarles la vista, dejando la rienda en manos de un criado de piel oscura y se aproximó allí casi con enojo. Mae le presento al asiático, un tal Fujiwara, comerciante Japones natural Kyoto. Aquel mes, Fujiwara, sería invitado de honor en la mansión De Pointe, del cual Alexander se sintió encantado no solamente por su forma de actuar y sino por su magníficas habilidades con la espada.
Las semanas corrieron rápidamente, uno de tantos días Alexander quedó con Fujiwara para beber algo de alcohol y divertirse con las chicas del la ciudad -cosa que Mickael De Point le tenía prohibido, al ser un joven de alcurnia no debía dejarse ver ebrio o coqueteando con jóvenes solteras- sin embargo le tendieron una trampa y fue encontrado por su padre con las manos en la masa. Aquella tarde, lo último que vio fue a Fujiwara, sonriendo tras las espaldas de su padre, sonriendo como un grandísimo hijo de puta; como si disfrutara de ver cómo los criados se llevaban a Alexander a rastras al interior de una carroza que le transportaría a la mansión y, tras esto, al calabozo de la misma. El moreno se arrellanó entre los cojines de seda, sabiendo que aún si lograba escapar tendría que volver o lo que es peor, le buscarían, el castigo sería mucho peor pero en aquel momento nada importaba. Él odiaba a Fujiwara, odiaba a los asiáticos y siempre los odiaría en adelante.
Antes de darse cuenta ya le obligaban a bajar de la carroza -¡Suéltame, negro inmundo!- exclamó, apartándose bruscamente-. Puedo ir solo. Unas grandes puertas de madera con relieves de acerco se abrió ante él y las escaleras le parecieron demasiado cortas para ser recorridas. En el piso de inferior se encontraba el Negro Kahir, llamado así por obvias razones, esperando para que el señorito De Pointe fuera llevado allí. Alexander tembló, tembló de miedo, de cólera, de rabia y de odio, les odiaba a todos, menos a Mae y a su señora madre. Pero a Mae la amaba y a su madre no, porque no podía amar a un ser que amase incondicionalmente a un hombre que maltrataba a sus hijos y que, además, les humillaba. Entonces le empujaron hasta llegar a una especie de sala de tortura, una mazmorra donde le desnudaban el torso y le ataban de manos y pies, guindándolo a una viga para que El Negro Kahir le azotara con el látigo.
--Fin del Flashback--

Off. Sorry el post mega largo xD es que quería hacer oficial lo de la historia y no había mejor lugar que Francia.

Alexander siguió caminando, esta vez a la par de la chica policía que nada tenía que envidiar a ninguna otra mujer que hubiera conocido aunque eso no podía decírselo sin que se volviera hacia él e intentara abofetearlo, entonces se doblaría la mano con su piel como el mismísimo marmol. Y aún cuando la idea se le hiciera bastante atractiva no estaba en condiciones de provocar al Shiraoka y mucho menos para enfrentarse a él. No se trataba del simple hecho de parecer más fuerte por entrenamiento y demás, la cuestión estaba desde luego en la diferencia racial. A Alexander no le gustaban los híbridos pero todo se limitaba al desconocimiento casi total de la raza, no sabía que esperar de ello y eso le crispaba los vellos de la nuca a más no poder. El pelinegro negó ante la sola idea de tener que congeniar con aquellos antes de conocerlos en su totalidad, necesitaba a alguien a quién sacarle información sin que pareciera demasiado sospechoso.
-¿Y para qué te digo que no?-dijo con naturalidad puesto que la chica había dado en el blanco-. Algunos nacemos para liderar y otros no.
Alexander podría ser un idiota de la boca para fuera, quizás muchos odiarían rebajarse ante seres como él pero también era cierto que a la hora de tomar las decisiones pertinentes a su clan siempre habían sido las correctas, las más justas y beneficiosas. Aunque ahora estaba contra la espada y la pared, le hubiera gustado que su hermana no se revolcara en un principio con el tal Dominic pero nada podía hacer al respecto y ahora solamente le quedaba el defenderles a toda costa. Resultaba irónico como había acontecido todo desde que Alexander llegara a Londres por primera vez pero le era inevitable el pensar que alguna vez las cosas iban a terminar mal para él... para las Báthory. Era cuestión de tiempo para que los Vulturi volvieran a surgir y todos estarían jodidos, absolutamente todos. Y ahora parecía realmente sensato al hablar aunque su mirada se mantuviera fría y quizás algo ausente.
-Me preocupa la situación actual... y quizás sea momento para que tú también lo hagas. Y no me refiero a los casos en los que estás trabajando. Si los Vulturi te ven con Shiraoka, o en todo caso se enteran de cuánto sabes, vendrán a por ti. Entonces solamente habrán dos opciones: convertirte o la muerte. Aunque por mi parte no debes preocuparte, no te traicionaré, jamás cooperaría con ellos. En cuanto a los Rumanos, que tienen ahora el poder, no creo que siquiera se molesten en indagar quiénes saben y quiénes no.
El mundo vampírico estaba en crisis y Mayra era sólo una humana en medio de un enjambre de bestias carnívoras y carentes de piedad alguna.

-Alguien no ha oído la parte de "nunca cooperaría con ellos". Tu vida no vale un céntimo para mi, de hecho no te he arrollado con un auto porque estás bajo el cuidado de Takeshi, pero si tengo que elegir entre ayudar a los Vulturis y morir en sus manos, elegiría morir- torció los ojos ya que el repudio de todos por los Vulturi y las razones por las cuales él no traicionaría a Mayra resultaban más que evidentes-. Con todo, eso no quiere decir que voy a ser tu ángel guardián ni nada por el estilo- habló con desdén como si la idea de salvar a un humano fuera inaceptable, ¡repudiable! y luego puntualizó-. sólo no les daré a conocer acerca de ti y eso es todo.
El vampiro notó una leve alteración en sus signos vitales, muy leve, adrenalina quizás. ¿Estaba preocupada? ¿Sentía miedo? ¿Iba a desmayarse? Esperaba que esto último no fuera cierto ¿Qué iba a hacer él con una policía desmayada en medio de Paris? Negó con algo de exasperación, era increíble ver como estos humanos estúpidos caían tan fácilmente en garras de sus depredadores aunque los vampiros de ahora daban lástima con eso de "no quiero matar gente inocente". No, Alexander nunca se rebajaría a eso, era la ley de la vida "El más fuerte se come al más débil" y eso era todo. Se sonrió divertido, le encantaban, se le hacía absolutamente adorable la inocencia que podía tener la raza humana cuando se trataba de cuidarse las espaldas. Aunque enrealidad Alexander era sumamente desconfiado, no esperaba nunca nada bueno de los demás por lo que no esperaba tampoco que la vida de Mayra se prolongara demasiado. Le miró ahora como si aquello que estaba a punto decir fuera la verdad más grande de todas.
-Escúchame bien, chica policía, si los humanos se enteran por ti de nuestra existencia yo seré el primero en venir a matarte aunque eso me cueste la vida. Y esto no es una amenaza ni un chantaje-la mano gélida de Alexander se había movido rápidamente y su dedo recorría hacia arriba la garganta de Mayra y la atraía hacia él con el dedo bajo el mentón para que le oyera bien, hablaba en susurros-. Es una advertencia de algo que realmente va a suceder, como llegues a abrir esa linda boquita tuya.
Y con ése mismo dedo la empujo hacia atrás, con fuera suficiente para que tambaleara y sin reparar en nada más echó a andar. Si Mayra quería las respuestas a esa pregunta, Alexander no iba a ser quien las contestara.