Welcome to Disneyland Paris, demoiselle Ginnie {Privado}

Tal como se había dicho, Alexander iba a llevar a Ginnie a Disneyland Paris aunque antes tuvo que hacer una larga investigación porque no tenía idea de quién era Mickey Mouse, aquello no era nada raro. Después de todo a él solamente le gustaban los juegos de vídeo, las películas de terror y el hentai junto con uno u otro shonen. Lo había estado preparando todo desde que perdiera el pequeño reto que se había fijado con Britney ¿Y cómo no habría de romperlo? si ella misma había casi implorado porque le hiciera el amor con locura, ella misma le había tentado a romper aquella pequeña apuesta cuyo premio tan solo lo recibiría la pequeña Báthory. Le dejó una nota a Britney para que cuidara de las pequeñas, diciéndole que la iba a extrañar y que no se preocupara demasiado porque Ginnie le iba a cuidar a él de no hacer ninguna posible tontería. Pues conociéndose, no iba a tardar mucho en seducir a alguna preciosa pelirroja para pasar el rato aunque tomando en cuenta que la rubia le llevaría de un lado a otro en aquel parque no sería de extrañar que tuviera tiempo siquiera para eso. Y realmente no quería que su pequeña Ginnie se molestara con él por verle en plan seductor con otra que no fuera su hermana por lo que definitivamente se abstendría de hacer algo malo. Ah, Georginne, dulce e inocente lirio, parecía apenas que fuera ayer cuando le conoció, tan menudita y rechoncha como un bebé ¡Y era gracias a ella que ahora estaba con la fresona! Al principio la veía como comida andante, de hecho para él cualquier cosa que se moviera era comida, pero ahora mismo la veía nada más y nada menos que como una hija aunque sabía perfectamente que ella no le vería de esa forma nunca pero tampoco le molestaba en absoluto.
-Discúlpame por tan repentino viaje pero quería darte la sorpresa.
Cuando llegaron al aeropuerto de París en el avión privado Dupont un mozo bajó el equipaje de ambos y les condujo hasta el estacionamiento. Ya era tarde de noche y la pequeña seguramente estaría cansada por lo que él la llevaba en brazos, recargada sobre su hombro y estaba seguro que cualquiera que les hubiera visto hubiera jurado que se trataban de hermanos porque él se veía muy joven para ser padre de una pequeña con la perfecta apariencia de una niña de 9 años. Aunque a veces el hecho de ver a un hombre con una niña pequeña en plan paternal daba buen aspecto a las mujeres; en cuanto a legalidades no había problema porque él ya se había encargado del papeleo. Alexander entró con la pequeña en su McLaren Mansory, que solía usar únicamente en los viajes especiales. Y antes de darse cuenta ya habían llegado, Alexander estaba henchido de orgullo al ver que el dinero invertido daba muy buena ganancia y que al menos había servido para crear algo elegante.

Al notar la expresión de Ginnie viendo el hotel le embargó aquella paternal sensación de que estaba haciendo algo bien y creyó sentir nauseas porque él nunca se imagino en plan padre hasta que supo de Natalie por primera vez. Y ahora temía volverse un hombre como su padre. Batió la cabeza, sacudiéndose la idea, y llevó a la niña dentro jactándose con ella de haber sido él uno de los inversionistas que ayudasen a levantar aquel lugar. El mozo llevó las maletas hasta la habitación, bastante amplia y elegante pero no del todo saturada, le gustaba el estilo aunque las cortinas y la cabecera de las camas no le agradaban en absoluto. La habitación contaba con dos camas sencillas, un cuarto de baño, dos teléfonos, televisión con canales internacionales, radio, aire acondicionado, un minibar y una caja fuerte.
-¿Tienes hambre? Debes cenar y desayunar bien, mañana gastarás mucha energía y estarás muy cansada.
Alexander levantó el teléfono, con intensión de marcarle al servicio y ordenar comida para Ginnie. El traía una pequeña cava con sangre que dejaría en la caja fuerte.

Alexander se alegraba de que el tiempo en el avión se hubiera pasado con cierta rapidez, un minuto más con Ginnie pegando tales alaridos le hubieran perforado el tímpano y seguramente se hubiera lanzado por la ventana de emergencia solamente para acallar el pitido. Tenía mucho aprecio por Ginnie pero no le gustaban nada los escándalos, se sentía un hombre complacido con su cría porque ella no lloraba casi nada y era muy tranquila, igual a veces se ponía terca como todo niño, gritaba y pataleaba pero nada que dos nalgadas bien dadas no solucionaran. Ahora que estaban en la habitación la niña parecía más calmada aunque seguramente se había espabilado con todo lo del viaje, Alexander consultó la hora, no era tan tarde después de todo seguramente todavía habría uno u otro desfile de los personajes pero ¡vaya que tenía energía la cría! Rió divertido porque nunca había hecho algo como lo que estaba a punto de hacer, dio la orden para el pedido de Ginnie y agregó unas crepe para él.
-Qué te parece si primero terminamos de llegar, mañana podrás montarte en todo lo que quieras- le dijo al terminar de colgar-. Por hoy he reservado puestos en un show del teatro.
Estaba encantado ¡Ella era tan inocente, le quería mucho! Casi pudo estallar en una carcajada, si Georginne supiera la mitad de las cosas que él había hecho en su vida le odia, incluso le hubiese temido pero allí estaba tan pura como cuando la conoció. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro, un sonido gutural -como un ronroneo- salió de su pecho en cuanto sintió aquel beso. Era magnífica, la chiquilla era magnífica y él también le tenía aprecio porque era digna de él. Como le encantaba Georginne, se dijo a sí mismo mientras la sostenía por debajo los muslos para que no se cayera de donde estaba y mientras esperaban al servicio encendió la televisión en un canal de anime donde pasaban Bleach, distrayéndose un poco con los dibujos animados japoneses. Entonces el servicio llamó, él fue a atender con todo y Ginnie aún encima de él.
-Bon appetit, monsieur De Pointe- le dijo a Alexander mientras entregaba la orden, luego miró a la pequeña-. Bon appetit demoiselle Báthory.
Alexander hizo una mueca y le despidió. Segundos mas tarde cenaban aquella comida deliciosa aunque para él fuera tan agradable como comer tierra pero luego pasó el mal sabor con un poco de tequila. Terminaron de comer, se asearon nuevamente y antes de darse cuenta ya estaban haciendo la fila para entrar al teatro. Una vez dentro llegaron al sitio exclusivamente reservado para ambos y aguardaron a que comenzara el musical de Tarzan.

Rió sonoramente y la abrazó con igual fuerza. Si no fuera por los tipos vestidos como monos, el barbullo de fondo, las niñas cantando a gritos como estúpidas las canciones del show y el hecho de tener que estar allí en medio de toda la multitud, incluso le hubiera encantado poder ver aquel espectáculo. Alexander siempre había gozado de un talento innato para apreciar todo cuanto veía desde el punto de vista artístico, desde un rayón aparentemente carente de sentido hasta la muerte misma, todo era apreciado. El pelinegro se sentía bastante emocionado viendo aquella pelirroja que hacía de Jane, se veía sencillamente hermosa, lástima que no podría acercarse a ella a menos que quisiera tener problemas con Ginnie por lo que la descartó de inmediato y siguió disfrutando del espectáculo. ¿Cuánto tiempo habían pasado allí? No estaba muy seguro pero a él le parecía que había pasado una eternidad. Al cabo de un momento se cerró el telón y los gritos junto a los aplausos se hicieron sonar con fuerza.
-¿Qué tal ha estado? A mi me ha encantado la pelirroja.
Se dirigieron al hotel nuevamente y Alexander le enseñó a la pequeña donde estaban la piscina interna, el comedor, el salón de juegos para pequeños como ella y a dónde ir si no lo encontraba en la habitación por alguna extraña casualidad del universo, aunque la piscina a esa hora ya estaba cerrada y en la sala de juegos quedaban pocos muchachos pues ya todo el mundo se yendo a dormir. En la habitación esperó a por Ginnie, para que se pusiera la pijama nuevamente y mientras ella se quedaba dormida él acariciaba su cabello sedoso, casi tan suave como el suyo propio.

No durmió en toda la noche, como era natural en los vampiros, pero aunque fuera humano tampoco lo habría hecho. Permaneció en su propia cama en silenció, pensando que debía lidiar con un montón de humanos insignificantes para poder mantener a la criatura feliz a pesar de sí mismo, aunque en realidad le divertía ver todos aquellos corderitos, tan felices y ajenos a la bestia que se disfrazaba entre ellos. Y unas dos horas después de desayunar, a eso de las 11:30am, Alexander llevó a Georginne a la piscina, pues a él le provocaba relajarse en el jacuzzi antes de mezclarse entre los míseros humanos.

Alexander se arrellanó contra una de las paredes de la piscina y dejó su nuca irse hacia atrás con tal gracia que ni siquiera pareció un movimiento brusco a ojos humanos, siendo tan bien calculado que ni siquiera causó una sola grieta sobre el borde la misma. Duró unos minutos con los ojos cerrados mientras aguzaba los sentidos, los humanos eran sencillamente grotescos; hizo una mueca de asco cuando una chiquilla de unos cuatro años se orino, lo supo por su olfato desarrollado pero agradeció que el olor se concentrara a unos metros lejos de él. Dejó a su cuerpo entrar en un estado inerte, no se movía siquiera para respirar, podía sentir los fluidos que danzaban a través de sus muertas venas y la ponzoña producirse constantemente -como si la boca se le hiciera agua- pero aquello no suponía un peligro, al menos no mientras tuviera una ración de sangre. Entonces tendría que acabar con la miserable vida de uno o dos de aquellos turistas, muy pocos para llamar la atención más de lo necesario pero los suficientes para saciarse al menos durante una semana o dos. Entonces sintió a una chica que se chocaba contra él, tuvo que hacer un ligero movimiento demasiado rápido para su gusto, de modo que la chica creyera que se había estampado el hombro contra el borde de la piscina y no contra. Son todos unos torpes, refunfuñó en su fuero interno mientras se aproximaba a Ginnie que nadaba.
-Oye, tú, enana- llamó su atención y le salpicó agua.
No estaba pensando demasiado aquello. Solamente quería empezar aquel tonto juego que había visto en la televisión hacía unos días, no le gustaba la idea de dejar a la niña sola por mucho tiempo o comenzaría a ponerse paranoico con que sus enemigo -o los pocos que quedaban- la iban a raptar. Lo siguiente que hizo fue cubrirse la cara para no jodersela por si la pequeña contraatacaba y allí estaba de vuelta aquella sensación que le hacía revolver las tripas. ¿Desde cuándo se había convertido en eso? Hacía no mucho tiempo la concepción familiar le repugnaba y ahora todo era tan bucólico en ése aspecto... suspiro profundamente y bufó para luego dejar ver una sonrisa de medio lado, tan paternal como las que dirigía a su hermosa Natalie.

La sed había descendido dos puestos en su lista de prioridades e intentó mantener la concentración en la niña aunque para los de su especie eran un tanto más difícil que para los humanos; desde su lugar sin siquiera intentarlo, podía escuchar los pasos del piso superior, las respiraciones de una agitadas de una pareja que follaba apasionadamente en una de las habitaciones, el trinar de los pájaros y el pasar del rebaño de camino a las atracciones -rebaño, desde luego, porque para él los humanos no eran más que títeres; alimento para las grandes potencias como él; seres inferiores como otros tantos a los que no debía ninguna clase de respeto o afecto-. Solamente aquella pequeña criatura acunada como Alexandersita Dupont podía merecerle pero en cuanto creciera le convertiría, quitándose ése suplicio de encima tan pronto como pudiera, la chiquilla tenía potencial y era su deber como padre el explotarlo, desde luego. Sacudió la cabeza por reflejo al notar que nuevamente se iba por las ramas y se concentró, sacando su lengua casi de forma automática mientras sus pensamientos rondaban únicamente a Georginne Báthory... Báthory-Dupont.
-Jaja, claro que eres enana-dijo burlón aunque más a modo de broma que con intensión de insultar e incluso agregaba una nota fraternal-. ¿No ves que aún no me alcanzas? Cuando me alcances dejaras de ser enana, enana.
Aunque ¡Vamos! era Alexander, no podía pelar una oportunidad como aquella para hacer ver a los demás lo magnífica que era su existencia y aquel precioso ego del cual gozaba; porque realmente no podía decirse que sufriera por sentirse tan sensual, atractivo y perfecto. Le sacó la lengua de forma juguetona. En una ocasión la montó sobre sus espaldas y nado con ella en un perfecto estilo mariposa, dejándola salir a respirar en ocasiones y antes de darse cuernta hizo tarde para el almuerzo.
-¿Te parece si tomamos el almuerzo?- preguntó mientras salía de la alberca y se secaba con la toalla que había bajado.

Alexander sonrió divertido ante la idea, a decir verdad ponía en duda que la enana se alcanzara en algún momento por más que creciera, a menos que llegase a ser una mujer verdaderamente alta aunque por la contextura de Heather y la misma Britney, no lo creía posible. Sea como fuere, aquello quedaba en el pasado pues el pelinegro no replicó de otro modo que no fuera siguiendo la corriente al juego y a la niña, tal como se había dicho a sí mismo hacía un momento atrás. Y una vez secos se colocó una camiseta que había bajado también, la pequeña parecía muy a gusto con la situación y no estaba dando ningún problema hasta ahora ahora lo cuál le dejó muy complacido. Le exprimió el cabello a la chica mientras ésta se abrazaba a él, devolviéndole el abrazo por un momento y luego se lo secó con la toalla aunque sin revolverlo demasiado para que no se enredara. A veces le parecía que Ginnie hablaba demasiado pero él se limitó a darle una leve sonrisa de medio lado.
-¿Confit de pato con patatas asadas y fondue?- preguntó, más a modo de sugerencia-. En mis tiempos era exquisito. Y por supuesto que te voy a llevar a Eiffel. Es más ¡te daré un tour por la ciudad!
Claro que la llevaría, como que se llamaba Alexander Jöel Dupont Harley. Irresponsable, se refirió en su fuero interno a cierta mujercita que le sacaba las canas, porque si algo le molestaba verdaderamente -aparte de los cobardes y los que se tenían lástima así mismos- eran las personas que no cumplían. Estaba bastante seguro de que su mamita se lo había prometido en distintas ocasiones y jamás cumplido. El pelinegro nunca había creído nada que viniese de parte de aquella mujer insignificante, ponía en duda su autoridad y su capacidad como adulto; siempre le había valido un bledo conocer a los padres de su chica pero ahora más que nunca tras haberlos visto a ambos. Ninguno parecía decente, uff, vaya que había sido molesto tener que lidiar con ellos. Se alabó a sí mismo por su magnífica aparición en la vida de las Báthory, desde luego él se había vuelto indispensable para ellas ¿Qué habría sido de Ginnie sin él? Sin duda no iba a dejar que Heather la convirtiera en una niña problemática como la Báthory Malcriada, no, desde luego que no. Le miró de soslayo, dirigiéndole una de sus sonrisas encantadoras, de esas que usaba para comprar a los humanos cada vez que se presentaba en públicos o ante la televisión.
-Cámbiate tú primero- insistió.
Y luego entró a la habitación. Pediría la comida al servicio para darle tiempo a vestirse y luego irían a las atracciones porque seguramente ya Ginnie estaba desesperada por ir. No tardó demasiado en dar la orden por teléfono.

Alexander no tardó demasiado tiempo en usar el teléfono de la habitación para poder ordenar, la voz al otro lado de la línea era en esta ocasión la de una chica con la cual decidió tontear mientras aguardaba. La mujer era de Burdeos pero se había mudado a parís en busca de una mejor oferta de trabajo. Aquel era lugar a donde tenía planeado llevar a las niñas, pero las cosas se complicaron bastante y se vio en la obligación de ir solo a Burdeos. Ya las llevaría en otro momento, se había dicho y casi de forma inmediata se había olvidado por completo acerca de aquel tema. No es que tuviera mala memoria -era que la suya trabajaba de una forma bastante particular-; él era un experto en reciclar espacio suprimiendo la cosas innecesarias como la culpa, remordimiento y conciencia. Mientras otros estaban preocupándose por cosas que hicieron o dejaron de hacer, el se ocupaba en planear. El funcionó siempre en el pasado y le funcionaba ahora para cualquier cosa que hiciera.
Al cabo de unos minutos escuchó aquella preciosa voz como de campanillas retumbando con eco entre las paredes del baño aunque su única respuesta fue un escueto “ajá”. La bandeja de servicio ya estaba dispuesta en la habitación, miro aquello e hizo una mueca de asco porque aún cuando tenía un olor sabroso –que no inspiraba ningún tipo de sed en él-, no lo hubiera cambiado jamás por la sangre fresca. Y hablando de eso, ya su garganta comenzaba a arder.
-Provecho- dijo en cuanto la chica se sentó y acto seguido dispuso todo para que ella pudiera almorzar aunque la pregunta de la pequeña le dejó pensativo-. Quizás yo no sea la mejor persona para hablarte de él, nada de lo que te pueda decir es bueno.
Alexander tomó de la cava que traía consigo un par de bolsas de sangre, se preguntaba si la chica Báthory la había probado alguna vez –más allá del momento en que era un feto-. Sorbió el contenido por medio del cateter sin problema alguno y aunque era desagradable por su temperatura aún estaba en buen estado. Se quedó mirándole fijamente durante unos instantes aunque no dijo nada y prefirió no seguir dándole vueltas al asunto. Si la niña no quería fortalecerse tomando sangre era problema de las mojigatas a su cargo. Sea como fuere, pestañeó una sola vez al notar que los lentes de contacto se deshacían ya por la ponzoña y miró a la televisión. ¿A los niños verdaderamente les gustaba eso? Las películas de Disney que había visto con las niñas era mejor que esa bazofia.

Recordaba a perfección haber escuchado a la Báthory Alcahueta decir en más de una ocasión que a la Báthory Irresponsable le causaba dolor ver a la pequeña Ginnie tras la muerte de aquel... aquella extraña personificación de Souta combinado con Drake cuyo espíritu Heather había traído al mundo terrestre a petición de Britney. Aquello había concluido en un desastre y desde entonces la relación con la fémina, Heather, se había vuelto cada vez más forzada. ¿Es que alguna vez aquellos dos dejarían de pelear como si se tratase de perros y gatos? La chiquilla le estaba invadiendo de preguntas de las que no tenía respuesta o, mejor dicho, prefería no darlas. Alexander estaba cansado de tener que callar para no herir la susceptibilidad de la niña, en ése sentido le ponían nervioso a más no poder y por eso era que no había dicho aún "Está muerto ¿qué importa como era?" sin embargo había algo que podía responderle con sinceridad. Ahora más que nunca podía recordar el amor que alguna vez había sentido por su propia hermana....
-Ginnie, desconozco a tu padre pero hay algo que sé y es que amaba mucho, verdaderamente, a tu madre; más allá de eso, en cuanto crezcas te hablaré más al respecto- pareció un poco forzado al hablar, al fin y al cabo no estaba acostumbrado a éste tipo de charla. Entonces le miró ahora con mayor seriedad y se aproximó a ella tomándola por los hombros mientras mantenía el contacto visual-. Jamás vuelvas a decir que tienes que tener un padre ¿me has entendido? Me tienes a mi para casi cualquier cosa que quieras o que necesites.
Y sin más dejó un beso en la frente de la pequeña Báthory. Zanjó el asunto en ése momento, temiendo alguna clase de reacción sentimental incontenible, por lo que de inmediato huyó al baño para ducharse y cambiarse. Algo era seguro, a Alexander no le gustaba que la chiquilla estuviera pensando en otros cuando podía explotarlo a él de formas inimaginables, era terriblemente celoso y no aguantaba el echo de verla entristecida por una causa perdida. El Báthory había sido un idiota al intentar desafiar a los Vulturis por sí mismo y era algo que ni bien a Alexander le interesaba, estaba desconcertado por ello. Porque no lograba comprender como era que alguien podía tener interés en un ser a quien ni siquiera había conocido ¿qué caso había en ello? No encontraba lógica más allá de la curiosidad morbosa. Al salir, la pequeña cuestionó a dónde iban.
-No lo sé. ¿Prefieres ir a las atracciones o quieres algodón de azúcar?- preguntó mientras abría la puerta del cuarto de hotel y se encaminaron juntos hacia el parque.

-Está bien me subiré contigo e iremos por algodón y luego a alguna atracción que no te revuelva las tripas. No quiero tener que limpiar vómito- hizo una mueca de asco-. Y después nos montaremos en la montaña rusa. ¿Quieres?
Alexander miró a la chiquilla de soslayo y sonrió de medio lado cuando esta alzó sus brazos, no duró ni un solo segundo cargarla y echársela a los hombros mientras avanzaban por el hotel hacia la salida. Tras unos minutos de caminata a la sombra de las nubes, gracias a la cual aún no brillaba como un hada Winx maricona, llegaron a carrito ambulante donde compro un algodón gigante color rosa solamente para Báthory. Sonrió henchido de orgullo cuando imaginó la expresión en la pequeña al recibir la golosina.
-Bon appetit, Georginne- dijo el pelinegro mientras se sonreía a sí mismo de un modo en que cualquiera hubiera imaginado lo que estaba pasando por su cabeza en ése momento y no era precisamente algo como "ojala no caiga algodón en mi cabello". A decir verdad era notable el amor que tenía Alexander por ser el centro de atención en cualquier situación, sin importar cuál fuera, él siempre se hacía con lo que quería. Era un oportunista de lo peor, no perdía ningún chance ni vacilaba a la hora de tomar una decisión siempre que estuviera seguro de los resultado que obtendría en beneficio a sus necesidades-. A veces me pregunto cómo sabe el algodón de azúcar.
A medida que avanzaban lograba ver un letrero de Piratas del Caribe al tiempo que el corsario y una especie de madera oscura con forma de calavera, se dirigió allí pensando que seguramente ella habría visto las películas que por lo menos a él le habían soltado una u otra carcajada. Y cuando llegaron por fin a la entrada la bajo para que pudiera pasar por la puerta al interior de una "cueva" que estaba decorada con lámparas antiguas y una u otra recámara donde estaban los "esqueletos" como si fueran calabozos de antaño. Mientras tanto, la fila al bote avanzaba a cada segundo, y Alexander sostenía con firmeza la mano de esa pequeña que estaba a su custodia. Al llegar a la zona más iluminada corrieron con la suerte de ser los últimos de la tanda por subir a los barcos de ésa tanda, Alexander se encontraba seguramente más emocionado que ella pues en su infancia no había podido disfrutar demasiado.
-Dime, ¿Te gusta esto?

La espera no fue del todo larga o tediosa, al contrario a cada segundo aumentaba la curiosidad del vampiro. Venga, que la vista daba pena pero ¿qué tan malo era disfrutar de la vida? A veces se necesitaba volver a la infancia para recordar como ser un adulto y él nunca había tenido una con la que especialmente disfrutara. Quería disfrutar de su eternidad al cien por ciento incluso si eso implicaba tener que rebajarse a los gustos mínimos de un crío y eso era justamente lo que estaba haciendo, despertar su lado infantil. El pelinegro miró atento el agua en cuanto el barco comenzó a andar, la atracción tenía cierto parecido con Qué Pequeño el Mundo es, solo que en versión piratas. De a ratos aparecían cantando la canción A Pirate Life for Me mientras salían los personajes a combatir con espadas o bailar al ritmo del musical. A él definitivamente le estaba pareciendo una pasada todo a aquello sobretodo al llegar al punto en que le salpicaban agua, las personas y sobretodos los niños gritaron emocionados. Alexander abrazó de los hombros a la pequeña y la estrechó contra su pecho musculoso y varonil; a su vez esbozó una sonrisa apenas visible a las tenues luces que verdes, azules y naranjas que ayudaban a los efectos especiales. Era impresionante ver los movimientos sincronizados de los artistas por lo que tomó algunas fotografías con su teléfono que a decir verdad no salieron nada mal.

Al terminar el recorrido salieron nuevamente al brillante y blancuzco cielo del parque, apachurró a la chiquilla entre sus brazos y le asestó un beso tronado en la sien mientras reía divertido. Tomado de la mano con la pequeña corrió a una casa de espejos en la que se adentró sin siquiera pensarlo, cuando entraron recorrieron los pasillos llenos de gente. Alexander estaba maravillado de verse a sí mismo en tantos reflejos, el amor descomunal que sentía por sí mismo era directamente proporcional a lo que había sufrido durante su humanidad y ahora el ser vampiro resultaba magnífico. Aunque si tuviera que elegir entre ser humano nuevamente y perder a Britney elegiría lo primero sin pensarlo; se lo dijo en una ocasión y se lo diría cuantas veces fueran necesarias. Él siempre la iba a escoger a ella sobre todos y todas las cosas que pudieran acontecer. ¿Pero por qué pensar en Britney teniendo a su mejor amiguita allí? Su hija, su cuñada y su hermanita.
-Wow, ¿ya viste que gordo me veo en éste? a que la fresona me dejaría- dijo burlón.

-A mi también me ha gustado mucho, me causo risa el que se cayó por la borda y luego la escena del tipo de la pata de palo. Pero el mejor de todos era Jack Sparrow. Yo ho, yo ho, a pirate's life for me!- cantaba Alexander en replica a la pequeña chica.
Cuando llegó jamás creyó que fuera a divertirse tanto, es más, ni siquiera creyó que fuese a divertirse en absoluto pero iba contento de saber que gracias a él ella estaría feliz. Y resultaba que ahora mismo incluso se sentía como un crío gracias a las tecnologías no tan nuevas, porque los espejos habían existido desde siempre pero no había sido hasta ahora que viera en persona los efectos de los mismos. El pelinegro se puso de medio lado y se acarició el abdomen como si hubiera terminado de comer pero una sola y ridícula oración pasó por su cabeza: parezco embarazada de seis meses. Aquello por más ridículo e imposible que sonara le había hecho reír internamente, al recordar el embarazo de Britney y como los síntomas de ella se habían mimetizado en él. Alexander casi suelta una risa estridente al verse a sí mismo con casi ochenta centímetros menos y un aspecto regordete ante uno de los tantos espejos.
-Seguramente serás una modelo preciosa Ginnie- replicó el mayor, seguro de su respuesta y tomando en cuenta su aspecto del espejo habló nuevamente-. Y yo sería una Jane espectacular.
Cuando salieron de la casa de espejos la próxima atracción fue una montaña rusa, Alexander nunca se había montado en una pero estaba seguro que sería igual de divertido que ir en el barco de la atracción de Piratas del Caribe aunque mucho más turbio desde luego. Confiaba en que la niña ya hubiera hecho la digestión, después de todo no quería que se pusiera mala apenas empezar aquel viaje que parecía prometedor. Después de llevarla a que conociera Eiffel le llevaría a las mejores tiendas de ropa que jamás podría encontrar y llenaría su escaparate con la ropa más preciosa y cara. Cualquiera que viera a Alexander a primera vista -con su colorido repertorio negro encima- pensaría que jamás pasaba mucho tiempo en tiendas de ropa; sin embargo había algo en lo que el pelinegro jamás fallaba y era en su sentido de las compras. Bien que no solía usar muchos colores cuando de su propia vestimenta se trataba pero sí que sabía cómo hacer que una mujer luciera bien sin incluir sus propios boxers en la lista.
-Oye Ginnie, es la primera vez que me monto, ¿no me voy a caer?- preguntó mientras miraba la gran infraestructura metálica frente a él, enarcando una ceja al sentir el martilleo estridente de los gritos. ¡Cómo odiaba el escándalo!

El pelinegro se sentía atormentado y ya no por los gritos emotivos de la pequeña Bathory sino por los humanos insignificantes, que no dejaban de chillar a la mas mínima curva. El vampiro no perdió ni siquiera un segundo en saltar sobre la infraestructura que cedió en un chirrido metálico sobre sus pies, corrió los rieles a una velocidad implacable e invisible rompiendo las barreras de la física. Entonces se lanzó con fiereza sobre cada una de las cabezas que pendían en lo más alto de la curva y pronto una lluvia de sangre se esparció sobre el suelo. Ahora, entonces, habría una razón para gritar. Alexander resopló aburrido viendo como el vagón descendía intacto por la curva y se echó un mechón de cabello hacia atrás de un manotazo que rompió la barrera del sonido. Llévalo con calma, se recordó Alexander en un tono mentalmente imperativo tras volver a la realidad desde su pequeña fantasía morbosa. Miró a Ginnie de soslayo tras subir al vagón, ella ni siquiera había parecido percatarse de su disgusto y parecía más bien en su propio mundo. Cuando fuera grande -o tuviera la edad suficiente- le enseñaría a pelear, porque estaba seguro de que lo iba a nece....
¡Wow! De repente la montaña rusa había comenzado a descender a una velocidad que si bien no era incómoda había tomado por sorpresa al vampiro. Se sentía bien aunque más le emocionaba pensar que en algún punto del recorrido el cinturón se iba a abrir y él iba a salir volando por los aire. ¡Eso sí que sería extremo! Y de repente una curva empinada, Alexander se quedó boquiabierto al ver cómo los humanos levantaban todos sus brazos simultáneamente y comenzaban de nuevo a gritar. ¿Qué sucedía? ¿Acaso tenían complejo de mongólicos? ¿O solamente era estúpidos? Enarcó una ceja, observando intrigado, pero para no desencajar decidió alzarlos también y disfrutar del paseo.

Alexander salió. Pero no en sus mejores condiciones: Tenía la ropa negra desacomodada, se le había volado una lente de contacto y por si eso fuera poco también su cabello parecía echo un desastre. Un ligero pánico le corrió el cuerpo de Alexander mientras pensaba que él -un genio de la moda- se veía por primera vez en muchos años desarreglado ante un público. Sentía la sangre revolverse en su organismo como si estuviera a punto de regurgitar pero nada sucedió excepto que cerrando un ojo como si la luz molestara su mirada. Necesitaba un baño pronto antes de que comenzara a causar pánico entre los aborrecibles mortales. Alexander tomó a Ginnie en brazos, explicándole la situación acerca de la lentilla y sus ojos rojos como el mismo carmesí de las rosas que florecían en su jardín. Rápido llegaron a los baños, Alexander no se sintió seguro de dejar a la niña estando sola aún si fuese por unos minutos así que entró cerrándole los ojos con la mano para que no viera cosas indecentes y tras comprobar que el baño estaba ligeramente vacío le dijo que aguardase con los ojos cerrados. Mientras tanto él se colaba en algún cubículo para cambiarse las lentillas por unas nuevas notando que la otra estaba a punto de deshacerse por la ponzoña. Cuando salió del baño notó que muchos miraban a Ginnie extrañados, algunos incómodamente pacientes aguardando que el padre de la criatura se la llevara. Tomó a la enana en brazos nuevamente y salió de allí. De vuelta a las calles del parque decidió que era hora de ir a una de estas tiendas donde se pueden comprar recuerdos, antes de que se olvidara, puesto que tenía ahora la mente bastante atiborrada como para guardar aquel pensamiento para después.
-¿Qué te parece si compramos algo para Natalie y Alexandra?