Vivimos bajo una manipulación perversa, muy sutil.|| Lenna

La mañana había sido como tantas otras, llenas de gente en el exterior; ruidos, cantos, llantos, gritos, risas, pasos y el golpeteo constante de los coquetos corazones. La habían hecho sentirse nerviosa durante toda la mañana al punto tal de que estuvo a más de tres intentos de lanzarse contra alguna persona. Su hambre ya corrompía su escaso autocontrol y ahora más que nunca tenía sed cada momento.
Mekhare estuvo escondida durante todo ese tiempo en una desolada casa, parecía haber estado cerrada a todos, quizá la familia estuviera de viaje o simplemente estaba abandonada. No, no podía estarlo puesto que tenía hermosos muebles cubiertos de sábanas blanca y aún pendían en las paredes los cuadros llenos de memorias. Solo con ellos calmó un poco su ansia, se entretuvo imaginando miles de historias alrededor de las fotografías. Viendo una de ellas, con un hombre de traje oscuro, hermosa mirada azul y esa sonrisa tímida creyó que se trataba de su padre. Sí, tenía que serlo, poseían ambos un toque del mar en sus pupilas. Y qué decir de esas largas pestañas castañas. Eran tan parecidos que le daba emoción pensar en ese hombre anónimo como su padre, incluso hasta un nombre le inventó. Emmanuel. Sonaba bien a sus pequeños oídos, le encantaba. Después el rostro de una simpática niña abrazada por un chiquillo un par de años mayor. Eran adorables a su vista, casi pudo tomarlos por hermanos, pero lo cierto es que ella no deseaba hermanos así que solo los imaginó como los niños huérfanos que su tía debió adoptar. Unos niños muy divertidos que siempre la hacían reír. Y allá, al fondo la tía junto a la abuela. Sostenía su mano con amabilidad y satisfacción digna de madre e hija. Tal como ella lo hubiera deseado.
Desarrollo en su mente el momento en que ella llegaría del colegio y la recibiría su padre, su abuela esperándole con un zumo de naranja y por la tarde un dulce de leche. Amaba los dulces de leche.
Pese a que se mantuvo soñando despierta y después de una danza imaginaria con su "padre", llegó el momento en que no aguantando más la sed, se decidió a salir.
El mediodía estaba en pleno apogeo. El sol resplandeciendo en lo alto de la bóveda del cielo como el astro rey que es. Sus ojitos azules apenas y pudieron ver ese círculo casi perfecto antes de que sintiera la irritación en sus orbes y bajara la cabeza para tallárselos. Sus manitas mantenían prensado un conejo de felpa que había tomado de una de las habitaciones de la casa en que se mantuvo encerrada todo el día. Sobre su cabeza una coronita de flores que ella misma había tejido una noche anterior y el vestido que no cambió en dos días, la verdad es que le gustaba ese vestidito rosado, de pavorosos vuelos y lazos que se ceñían a su pequeña cintura de infante, pero lo que más le gustaba es que la hacía parecer una princesa y que al girar su faldón se elevaba grácilmente como un halo de cristal.
Caminó como cualquier niñita. El sol solo le causaba cierta molestia, pero a diferencia de los vampiros, ella no brillaba en absoluto aunque su pálida piel sí que causaba cierto reflejo, cualquiera lo atribuiría a su falta de pigmentación puesto que era tan blanca como la leche y con unos labios rosados que bien podían tornarse rojos cuando se alimentaba.
Siguió un caminito, a ambos lados de la calle habían comercios de comida, entre ellos pastelillos. Mekhare se detuvo frente a un aparador admirando la perfecta sincronía de colores en un pastel. Rosa, amarillo y un toque de carmín lo adornaban, casi se le olvidó la sed que tenía por ver ese delicado postre. Ella más que guiada por un sabor -exceptuando a la sangre- era guiada por los colores y ese se le antojaba divertido de probar.
Metió la mano en su bolsita y para variar no llevaba nada. Rió colocando ambas manitas en el aparador. Quizá después de comer vendría, así rápidamente podría llevarse algo con el dinero robado… "o tal ves pueda robarlo ahora" pensó y corrió por la pequeña calle. A lo lejos observó a una mujer. Una joven esbelta, muy linda y que daba la impresión de tener justo lo que Mekhare buscaba, bueno dos de las cosas que buscaba, sangre y por supuesto, dinero.
Se acercó con una carita triste adornando sus frágiles facciones, retorciendo entre sus manitas una de las patitas del conejito de felpa. Ella sabía el método exacto de cómo ejercer sentimentalismos que le ayudaban a obtener cuanto quería.
—Hola— saludó con apenas un hilito de voz. Mantenía la cabeza gacha pero la alzó apenas unos centímetros mirando a la humana a través de sus pestañas. Bien, solo le quedaba algo por hacer… seducirla.